Por Amador Caballero
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Capítulo I: La invasión del demonio Ahanash
Dos lunas iluminaban la triste noche del cielo de Paccha, un planeta de cuatro continentes, habitada por los pequeños y peludos runas e invadida por el demonio Ahanash y sus monstruos los awqas. El ministerio formado por los líderes del continente Ñawpaq, único en no haber sido atacado, deliberaba sobre la sorpresiva irrupción:
―Ahanash ha tomado los tres continentes de Paccha ―decía Kallpa, que pertenecía a la especie de los apurunas, cuyos poderes consistían en la realización de hechos mágicos con la fuerza de su mente. Kallpa había llegado de combatir en el continente Kinsa junto a Machu y Allín, que eran guerreros de la numerosa especie común, pero como todos los runas tenían gran destreza corporal, pudiendo saltar hasta tres metros desde el suelo―. Ahanash ha tomado los continentes Tawa y Kinsa, sólo quedan unos cuantos runas escondidos. El poder del demonio es incontenible, las armas de los awqas lanzan rayos que han dejado a Iska, el continente más hermoso de Paccha, en escombros. Además, los cuerpos de los awqas están cubiertos por una piel escamosa, impenetrable para nuestras espadas de dos puntas y, sus monstruos de transporte llamados kukus son superiores a nuestros tenaces qalaywas. ¡Jamás había visto algo así!
―¡Hemos sido unos estúpidos! ―renegaba Machu―. Debimos prepararnos para la guerra.
―Somos pacíficos ―agregó Janaxpacha, que estaba embarazada y casada con Kallpa y pertenecía a la especie de los runasalqas, cuyo don consistía en transformarse en una fiera.
―Ahanash quiere nuestro qori ―continuó Killa una runasalqa muy hermosa, refiriéndose a la joya elaborada con el magma azul extraído de los subsuelos―. Deberíamos de negociar con él, darle la libertad para que entre a Paccha en cualquier momento a retirar el qori que desee.
Machu se levantó en seco y continuó:
―Ahanash no sólo quiere el qori, también quiere adueñarse de Paccha, como lo ha hecho con otros planetas, su ambición no tiene límites. ¡Quiere ser el amo del universo! ¿No comprenden eso?
Janaxpacha tomó el brazo de Kallpa y con un gesto de dolor logró levantarse y agregó:
―Ahanash pronto estará en Ñawpaq y debemos prepararnos, es nuestra única esperanza.
―¡Moriremos todos! ―se lamentó Killa―. Nuestra especie desaparecerá.
―¡Basta Killa! ―exclamó Janaxpacha molesta―. Recuerden las profecías de nuestro gran sabio Quispichix. Tal vez, esto ya estaba previsto para que se forme una nueva era de runas, se tienen que cumplir las profecías. Ahanash sólo es una herramienta para que los runas sigamos con nuestro proceso evolutivo.
―Entonces, dejémonos abatir por el señor Ahanash y sus maravillosos monstruos, porque el gran Quispichix así lo ha predestinado, moriremos para volver a nacer, ¿verdad? ―se burló Machu.
―No es momento para ironías, Machu ―intervino Allín.
―Si no ayudamos a Quispichix para que las profecías se cumplan, Ahanash conseguirá su
propósito de dominar al universo ―dijo Kallpa acercándose a Machu.
―Nada de lo que hemos logrado se lo debemos a tu querido Quispichix, ¿acaso alguien lo ha visto combatir con nosotros en Tawa o en Kinsa? ―agregó Machu con la mirada fija en Kallpa mientras Kaipacha llegaba al ministerio.
―Recuerda que Kaipacha, nuestro apuruna ministro de Paccha, recibió el libro que contiene las profecías del espíritu de Quispichix. Si no respetas algo tan sagrado como la ayuda de los espíritus, al menos ten respeto por tu primer ministro.
―Y tú, o alguien aquí presente, ¿lo ha visto recibiendo tal ofrenda? ¡Kaipacha se está convirtiendo en un anciano demente! Y yo, acuso a Kaipacha de este fracaso, todo esto se pudo prevenir si nos hubiésemos armado para la guerra como lo hacían los otros planetas.
―Nunca hemos necesitado de esas armas para hacernos respetar. Los entes espirituales nos han dotado de dones que nos han permitido ser los únicos en el universo. Además, esos planetas no han conseguido ganarle la guerra a Ahanash. Debemos pensar en lo que haremos a partir de ahora y no seguir llorando por lo que no hicimos.
―Machu, Kallpa, Tengan paciencia ―les dijo Kaipacha bastante calmado―. Tenemos que trabajar para el futuro y nuestro momento no es éste, sino el que vendrá con la llegada de los salvadores, ellos serán más poderosos que nosotros y serán los responsables de crear una especie runa más evolucionada.
―Supongo primer ministro, que en contra de su conformismo, tiene un plan para expulsar a los invasores ―dijo Machu.
Kaipacha se sentó pidiendo a los líderes hacer lo mismo y con voz agravada dijo:
―Ahanash ha asaltado por sorpresa en Tawa, Kinsa e Iska, sus habitantes no estaban preparados para un ataque de tales dimensiones. Los apurunas fueron atacados antes y han desaparecido, el demonio sabe que juntos nuestros poderes aumentan, por eso los ha tomado desprevenidos uno a uno. ¡Ahanash ha conseguido concentrar las fuerzas del mal en su ser! Se cree invencible pero esta vez estaremos juntos y bien preparados, con todas nuestras armas que no consisten precisamente en objetos bélicos sino en la utilización de nuestra inteligencia. Vendrán tres apurunas con los sobrevivientes de Tawa, Kinsa e Iska. Se nos unirán aquí en Ñawpaq. Lamentablemente, incluyendo a Kallpa, sólo quedamos cinco apurunas. Nosotros nos ocuparemos de Ahanash y tú, Kallpa estarás al frente de los runas, los dividirás en tres tropas que resguardarán las dos entradas principales de Ñawpaq y la otra se quedará esperando al centro del continente. Allín y Machu irán al frente de cada
una de las entradas. Kallpa, necesitamos estar en constante comunicación. Los Awqas no tienen poderes, tal vez concentrándonos podamos inutilizar sus armas lanza rayos, sin eso, nuestros runas guerreros podrán combatir cuerpo a cuerpo. ¡Ganaremos esta guerra! ¡Ahanash no nos derrotará!
El tiempo pasaba un millón de veces más lento de lo acostumbrado, al menos así lo sentían en Ñawpaq, el sueño se había transformado en una espera incierta por algo que les dé la
esperanza de poder sobrevivir, y si lograban dormir era para escuchar la risa de Ahanash o
los gruñidos de los awqas. Kallpa se distrajo por un instante para caminar, un centinela prendido en la copa de un árbol le pidió que regrese, siendo un apuruna podría ser atacado inesperadamente, mas él continuó, necesitaba el silencio de la naturaleza para poder meditar. Llegó hasta un manantial de aguas cálidas, lentamente se sumergió hasta desaparecer por algunos minutos en sus profundidades, y ahí, aguantando la respiración con los ojos totalmente abiertos, vio pasar vívidas imágenes que contrastaban con las luces provenientes de las Lunas: “Tres pequeños apurunas conducirán a Paccha hacia su evolución en una especie superior”, escuchó de Quispichix, el anuncio de sus profecías en rimay, el idioma antiguo de los runas, y luego, en sus pensamientos apareció la figura de una niña metida en una jaula, “¡padre, ayúdame! ―le pedía―. Soy muy pequeña, no tengo la fuerza de una apuruna, Ahanash es muy poderoso y tengo miedo”. Las entrañas de Kallpa se le estremecieron de angustia, comprendió que del vientre de Janaxpacha nacería su hija y que probablemente sería una de los tres salvadores encargados de sacar a Paccha del terror del mal. En seguida, se vio a sí mismo encendido en llamas y como si despertara de una terrible pesadilla, emergió desde la oscuridad de las hondonadas aguas. “Moriré sin conocer a mi pequeña”, pensó. Cayó abatido sobre un espeso matorral llorando amargamente y agregó: “no conduciré a mi hija en su ascenso a ser una maestra runa”. Quiso renegar de su suerte pero apretó fuertemente sus puños para evitar seguir desmenuzando su futuro, “ella sufrirá y no estaré para ayudarla”, concluyó. La mano fuerte y segura de Kaipacha sobre su hombro lo absorbió de sus lamentos.
―¡Kaipacha, vi a mi hija! ―le contó Kallpa entre lágrimas―. Era tan hermosa y pequeña. Me suplicaba ayuda por ser la apuruna de las profecías de Quispichix.
―Kallpa, mi querido hermano ―le dijo Kaipacha con voz serena―, Quispichix ha querido revelarte la identidad de nuestra salvadora. No lo sabía. ¡Ojalá supiésemos los nombres de los otros dos salvadores!
―Hubiese sido mejor no saberlo. No podré ayudarla porque también vi mi propia muerte. ¡Moriré y no la conoceré!
―Tenemos el don de adelantarnos a los hechos, muchas veces también hubiese preferido no enterarme de nada, pero podemos tomar decisiones y cambiar el rumbo de las cosas.
―A veces por intentar cambiar una desgracia caemos en otra aún peor.
―Como también hemos logrado grandes cambios en nuestra sociedad, gracias a que Quispichix nos muestra el futuro y nos prepara para tomar las decisiones correctas.
―¿Qué me quieres decir, Kaipacha? ¿Qué evite morir? ¿Qué los abandone cuándo más me necesitan?
―Mi querido Kallpa, no sabes como desearía retroceder el tiempo o tener el poder para detener esta guerra inútil, pero es inevitable el sufrimiento que nos espera para volver a nacer más fuertes un día. Tu presencia no ayudará a que las cosas mejoren. Tienes reservada otra misión, tú espíritu seguirá protegiendo a tu hija. Pero también tienes el derecho de luchar por vivir, por eso te doy mi consentimiento para tomar a tu esposa e irte ahora mismo, me encargaré que nadie los vea partir.
―Maestro, ¿me estás pidiendo que huya como un cobarde? ¿Crees que después, mi esposa y mi hija me recordarán con orgullo?
―Te estoy pidiendo que cambies tu destino y protejas tu vida.
―No, Kaipacha. Entiendo tus razones pero me quedaré a cumplir con mi misión de líder. ¡No los abandonaré en los momentos difíciles! Aunque por tomar esta decisión deba morir.
―Kallpa, mi valiente hermano, no quisiera perderte como pasó con nuestra hermana Achiqué, que se dejó vencer por su lado oscuro al morir su hija y se convirtió en nuestra enemiga. Sin embargo, no hay nada mejor como tomar una decisión y mantenerla en el tiempo. Ya tomaste la tuya. Así se hará.
Al amanecer el ejército de los runas estaba completo. Los cuatro continentes de Paccha: Tawa, Kinsa, Iska y Ñawpaq se habían fundido en una sola fuerza. ¡Jamás, en la historia de los runas, se los había visto tan unidos, luchando por un solo fin! Ya habían tenido dos invasiones antes, hechas por unos planetas de fuertes guerreros y sofisticadas naves espaciales, que ambicionaban las riquezas de los runas, obtenidas por las ventas del qori a otros planetas del universo, pero eran seres menos evolucionados, bastó con los poderes de los apurunas para desterrarlos completamente. En realidad los runas no tenían una política expansionista, por ello no se preocuparon en perfeccionar sus armas, consideraban que cada ser debería ocupar un lugar en el universo y a ellos les bastaba Paccha para desarrollarse.
La resistencia runa aguardaba dividida en tres tropas, cubriendo los lados de Ñawpaq, conformada por cuarenta mil runas comunes, doscientos runasalqas y cinco apurunas. Las habilidades de los runas consistían en la destreza con las espadas de dos puntas que no habían sido efectivas para el combate cuerpo a cuerpo con los awqas, por la dureza de sus pieles. Tenían también entre sus estrategias de combate a los qalaywas, animales gigantes que habían sido domesticados por los runas y eran utilizados en su mayoría como transporte y otros habían sido entrenados para la guerra. Los qalaywas terrestres eran cuadrúpedos de dos metros de alto y tres metros de longitud, sus mandíbulas poderosas estaban conformadas por dos filas de dientes aserrados en forma de flecha y poseían un gran sentido del olfato, mientras que los qalaywas voladores eran bestias agresivos de seis extremidades, dos de las cuales habían evolucionado a alas, lo suficientemente extensas para elevar sus cuerpos de metro y medio de alto por dos metros de longitud, sus grandes y potentes picos podían perforar objetos duros como las rocas.
A penas si Kallpa logró dormir aquella noche, era todavía temprano y Janaxpacha ya estaba lista para el encuentro con Ahanash y los awqas. Kallpa se quedó mirándola, la vio como si fuese el primer día, le pareció que estaba aún más hermosa, sus ojos azules eran un reflejo de la inmensidad del cielo y sus cabellos rojizos encendían sus ansias de amarla.
―¿Por qué me miras en silencio? ―preguntó Janaxpacha―. Temes por mí ¿verdad?
―Recordaba el día que te conocí ―respondió Kallpa―, éramos dos pequeños pero ya me había enamorado de ti, siempre tan risueña y valiente, si alguno te molestaba no dudabas en enfrentarle. Nuestros mundos se han unido no sólo para amarnos sino también para heredar un don que nos detendrá por siempre en la historia de Paccha.
―No comprendo, mi amor, ¿de qué estás hablando?
―No vayas ―le dijo Kallpa― falta muy poco para que des a luz.
―Todavía falta un mes ―refirió Janaxpacha―. No puedo quedarme aquí, la preocupación me angustiaría aún más.
―Te lo ruego, no vayas, Janaxpacha. Es peligroso para ti y nuestra pequeña.
―¿Nuestra pequeña? ¿Será una runa? ¿Cómo lo sabes? Contesta Kallpa, acaso ¿has tenido alguna revelación?
―La vi. Tenía tu belleza. Me miraba con ternura y me pedía que la salvara de su destino. Es mucho más que una runa. Ella es parte de algo más grande. Es la apuruna de las profecías de Quispichix, que vendrá a salvarnos del caos que acompañará a esta guerra.
―No, no puede ser cierto, Kallpa. No podría soportarlo. Debes haberte equivocado. Sería demasiada responsabilidad para ella.
―También temo por ella, pero deberíamos de estar orgullosos por haber sido escogida para salvar a nuestro planeta. Por favor, Janaxpacha, déjame protegerlas, el futuro de Paccha depende de nosotros. Éste será el último lugar en ser atacado, si las cosas no salen como las hemos planificado, tendrías tiempo para escapar. Mi amor te lo suplico, déjame esperanzarme en que al menos tú protegerás a nuestra pequeña. Digo, por si algo me pasara.
―¿Qué podría pasarte?¿Qué más viste Kallpa? ¿Por qué callas? Estás llorando. Dime la verdad por favor.
Kallpa sintió una molestia en la garganta que le impedía continuar con la conversación. No sabía como revelarle a Janaxpacha que había sido testigo de su propia muerte. La insistencia de su esposa retumbaba en su cabeza tan fuerte como la misma guerra. De pronto, una explosión venida del cielo le dio la oportunidad de escapar del dolor que le era inmenso, el dolor de tener que decir la verdad. Las ondas explosivas los lanzaron por el suelo y enseguida una nube de polvo cubrió el Sol que los había alumbrado hasta entonces. Quedaron separados en medio de los escombros, afligidos por el temor de no volver a unirse jamás. Kallpa casi inconsciente dijo un nombre que nunca antes había escuchado:
“Kuya”, sintió una gran necesidad de repetirlo: “Kuya”, continuó una y otra vez: “Kuya, Kuya”, creyó que ese sería el nombre de su hija. Cuando volvió a la realidad se dio cuenta que estaba atrapado entre construcciones retorcidas y que Janaxpacha no estaba a su lado. Recuperó sus fuerzas con dificultad y utilizando su magia elevó violentamente los montículos que se encontraban sobre él, cuando el polvo se desvaneció y recuperó la visibilidad, la valerosa Janaxpacha transformada en bestia lo alzó sobre su lomo y de un salto logró evitar los rayos de las armas de los awqas que cayeron desde lo alto. Con gran destreza, la enorme bestia esquivó el ataque enemigo y colocó a Kallpa al centro de su tropa, desde ahí, el apuruna se levantó sobre el lomo de Janaxpacha y elevando sus brazos, como si tratara de tomar la fuerza de la naturaleza, entró en comunicación mental con Kaipacha y los otros tres apurunas representantes de cada continente, que se encontraban en la cima de la montaña Picchu, la más alta del continente Ñawpaq, que tenía la facultad de aumentar la energía de sus poderes. De pronto, la magia de los apurunas unida en una sola, formó un velo indestructible que cubrió a Ñawpaq, los rayos no lograban atravesar el enorme escudo transparente. Los apurunas intentaban agotar la magia de Ahanash, que sin aparecer controlaba el avance de los awqas.
―No entiendo de dónde proviene la magia de Ahanash, ―expresó Kaipacha telepáticamente a los apurunas, sin desconcentrarse del campo de protección sobre Ñawpaq ―, aunque los awqas siempre se han caracterizado por ser guerreros de una gran fuerza, lo que les ha valido dominar a algunos planetas, sin embargo Ahanash pertenece a una especie sin magia ni valor.
―Tal como me lo pidió ―le dijo el apuruna de Tawa― he tratado de averiguar eso, sin obtener mayores resultados, sólo que, la sensación que tengo es la de una fuente de energía similar a la nuestra.
―¿Qué quieres decir? ―preguntó Kaipacha.
―Qué cuando recibimos el ataque de Ahanash, percibo la sensación de estar siendo atacado por un apuruna.
―¡Ahora lo entiendo! ―expresó Kallpa― un apuruna sólo podría ser enfrentado por otro similar.
―Tal vez, Ahanash, esté utilizando los poderes de los apurunas para adquirir poder ―continuó Kaipacha.
―Pienso que tiene que ver con la desaparición de los apurunas de Tawa, Iska y Kinsa ―dijo el apuruna de Tawa.
―Si eso fuera cierto ¿cómo lo haría? ―preguntó el apuruna de Iska―, acaso ¿los convenció para qué nos traicionen?
―¡Jamás ha existido la traición entre los runas superiores! ―dijo categóricamente el apuruna de Kinsa.
El apuruna de Tawa abrió los ojos y los dirigió hacia el gran Kaipacha buscando respuesta y agregó:
―El robo de voluntades.
―Eso sería cómo aceptar la traición ―dijo Kaipacha―. El robo de voluntades sólo se podría dar con la intervención de por lo menos un apuruna conciente de lo que está haciendo.
Luego continuó Kallpa disgustado:
―Claro, solamente los apurunas podrían controlar los poderes de otros apurunas. Me niego a pensar que uno de nosotros haya querido destruir a nuestro propio planeta.
―Abortemos esa idea ―persuadió Kaipacha―. Los runas necesitan que nos concentremos en su salvación.
La idea de la traición quedó en la mente de los apurunas, eso intranquilizó a Kallpa mientras observaba a los awqas encolerizados porque no conseguían destruir el velo protector, ni con sus armas lanza rayos ni lanzándose encima de él. En eso, Ahanash desde su guarida ubicada en Tawa, la cuarta Paccha, levantó sus manos al cielo e invocó a un ser superior a él.
―¡Poderoso Lanlaku, verdadero hacedor de nuestras victorias, dame el poder necesario para acabar con los runas y su magia!
Entonces, desde el cielo descendió una energía gris que cubrió el cuerpo de Ahanash y, luego agregó riéndose:
―¡Gracias amo Lanlaku, ahora sí, ningún apuruna logrará vencernos jamás! ¡Somos la pareja perfecta!
La energía gris llegó hasta el cielo del continente Ñawpaq y descendió en forma de una lluvia ácida que deshizo el campo de fuerza de los apurunas.
―Estamos perdiendo fuerza ―dijo Kallpa preocupado―. Alguien se está desconcentrando.
Kaipacha, algo mareado por el esfuerzo, continuó:
―Me siento cansado. Lamento haberlos fallado.
Los awqas lograron entrar y se esparcieron por todos los rincones de Ñawpaq, combatiendo cuerpo a cuerpo con los runas. La guerra había empezado, los awqas eran notoriamente superiores en número, pero no en valentía. Los runas se lanzaban con gran destreza con sus espadas de dos puntas sobre los cuerpos de los awqas, tratando de hallar un punto débil en el enemigo. Los apurunas observaban los hechos desde la gran montaña Picchu, como si tuvieran una gran pantalla al frente, desde donde trataban de intervenir con el poder de sus mentes.
El apuruna de Tawa descubrió algo:
―Un apuruna ha logrado derribar a un awqa, introdujo su espada en el punto medio de su cuello, ese es su punto débil. ¡Los awqas no son invencibles!
El apuruna de Iska logró visualizar los órganos del cuello de un awqa:
―Tienen el corazón ahí. Es muy pequeño pero potente.
La voz de Kallpa se escuchó retumbar en los oídos de los runas:
―¡Ataquen en el cuello! Son débiles en el centro del cuello.
El entusiasmo creció entre los runas, la idea de ganar esta guerra se hacía cada vez más real. Enfrentaban a los demonios montados en sus qalaywas voladores y terrestres mientras que los awqas montaban los poderosos kukus. Las mandíbulas de los animales se cruzaban entre sí, los qalaywas voladores se levantaban en vuelo y se dejaban caer en picada sobre los kukus, logrando atravesarlos con sus poderosos picos. Mas los qalaywas terrestres sucumbían ante las aceradas muelas de aquellos monstruos.
―¡Es el momento de que los awqas conozcan la fuerza de los runas! ―gritó Kallpa y luego dio la orden a las tropas que aguardaban a los lados de Ñawpaq ― Allín y Machu demuestren de lo que son capaces. ¡Ataquen!
Las tropas de los runas comandados por Machu y Allín, arremetieron a los awqas rodeándolos y desconcertándolos. Muchos demonios caían de sus kukus y perdían la vida por la precisión del ataque de los runas, que embestían sus afiladas espadas directamente en el corazón de los awqas.
Los awqas querían enfrentar a los runas cuerpo a cuerpo y conseguir doblegarlos como un acto de vanidad, ya que los pequeños runas se habían hecho famosos en el universo por sus habilidades corporales, a pesar de sus pequeños tamaños, sin embargo, en estos momentos en los que parecían sentir la superioridad de los runas, decidieron utilizar sus poderosas armas de fuego:
―¡Malditos runas, no lograrán superar nuestros lanza rayos! ―gritó Supay, el comandante responsable de los awqas.
Enseguida, el fuego de estas armas causó enormes bajas entre los runas, los qalaywas voladores caían ardiendo de los aires y los terrestres se convertían en enormes antorchas.
―Mi mente logró entrar en las armas lanza rayos ―anunciaba el apuruna de Iska.
―¡Muy bien! ―se alegraba Kaipacha― sólo es cuestión de saber qué los hace funcionar para inutilizarlas.
―Es la energía natural, gran Kaipacha ―le dijo el apuruna de Iska.
―Si controlamos la energía del Sol ―continúo el apuruna de Kinsa― tal vez consigamos detener a los awqas.
―Entonces transformemos la luz en oscuridad ―solicitó Kaipacha― eso nos beneficiará, ya que la visión de los runasalqa es muy buena en las tinieblas.
Los apurunas crearon una capa de nubes negras sobre el radiante Sol. Tal como lo pensaron, las armas lanza rayos que tanto daño había causado en Paccha, dejaron de funcionar sin la energía del Sol. Los awqas se sentían derrotados, atacaban a la deriva sin ningún control, tanto que se mataban entre ellos debido a la oscuridad.
Janaxpacha y los runasalqas, se enfrentaban a los demonios con su inmejorable visión, aprovechaban su fuerza e introducían sus filudos colmillos sobre el cuello de los awqas. Lamentablemente, Ahanash había reservado para el final su aparición y su más aterrador ataque, fue a enfrentarse directamente con la fuente de la resistencia runa, el poder de los apurunas en la montaña Picchu.
Los iris de los ojos de Kaipacha se volvieron rojos, anunciando la presencia de Ahanash:
―¡El viene hacia nosotros! ―les dijo el sabio―, trae consigo nuestra destrucción.
―Pero, ¿cómo pudo saber qué se encontraban ahí? ―preguntó Kallpa, mientras derribaba a un awqa con su espada.
El cielo se iluminó de una luz incandescente, Ahanash llegaba volando dirigiendo una enorme bola de fuego directamente sobre los apurunas. Estos trataron de detenerlo, sabían que lo estrellaría sobre el suelo de Ñawpaq, pero las mentes de los apurunas no podían perder el tiempo en detalles. Ahanash estaba dispuesto a acabar hasta con los propios awqas.
Los apurunas cubrieron a todos los seres vivientes de Paccha con un velo protector tratando de disminuir el impacto de la bola de fuego. Los apurunas de Iska, Kinsa y Tawa se elevaron al encuentro con Ahanash para enfrentarlo y distraerlo, mientras que Kaipacha trataría de cambiar el rumbo de la bola de fuego.
―¿Qué pasa runas, inservibles? ―dijo Ahanash mientras su risa retumbaba cual relámpago―. ¿Tienen miedo de mí o de este pequeño juguetito? ¿Creen que podrán evitar que destruya a Ñawpaq?
El cielo se transformó en una guerra de luces, mientras que en la tierra los awqas sentían el sabor de la derrota por las tropas de Kallpa. Los runas envueltos en un campo de fuerza individual se volvieron prácticamente invencibles para los demonios de Ahanash. Los apurunas de Iska, Kinsa y Tawa fusionaron sus poderes, colocándose al frente y a los lados de Ahanash y le hablaron al unísono:
―¡Desiste, Ahanash! No puedes destruir a Paccha, la necesitas tanto como nosotros. Si acabas con el planeta no podrás obtener el magma azul, la materia prima para el qori.
―¡Tontos runas! No destruiré el planeta ―respondió Ahanash― solamente a sus inútiles habitantes…
―Si quieres nuestro qori, tienes que saber que sólo la energía de los runas puede transformar el magma azul en el hermoso qori. Necesitas el trabajo que cada uno de nosotros te puede dar.
―Se equivocan apurunas. Yo tengo mi propia fuente de energía.
―¿Qué quieres decir, Ahanash? ¿De dónde provienen tus poderes?
―Desde hace muchos años, mi amo y yo hemos venido apoderándonos de los apurunas, convirtiéndolos en zombis para robarles sus voluntades y así hagan lo que les pida. Ellos ahora me dan el poder y pronto me harán el ser más rico del universo transformando el magma azul en qori. ¡Morirán runas!
Los apurunas lanzaron ondas de energía hacia Ahanash y lo enviaron lejos de la bola de fuego, que comenzó a caer descontroladamente sobre Ñawpaq. Kaipacha había prometido controlarla, sin embargo, los apurunas no lograban visualizarlo en los alrededores, obligándolos a descender rápidamente y conjuntamente con Kallpa y el poder de sus mentes controlaron la dirección de la bola de fuego para perderla en el espacio, fuera de Paccha.
Lamentablemente, los apurunas zombis de Lanlaku, se encontraban muy cerca de ellos, estaban escondidos en una de las cuevas de la montaña Picchu, concentrándose en el triunfo del mal. Lanlaku les había robado el poder de sus mentes para hacerse más poderoso y enviarle la energía gris a Ahanash, para lograr conquistar a Paccha.
―¡Es mi deseo estrellar la bola de fuego sobre el suelo de Ñawpaq! ―gritó Ahanash.
Entonces, el fuego regresó nuevamente y comenzó a caer sobre el continente más poderoso de Paccha.
―No permitiré que acabes con nuestra especie ―dijo Kallpa desde la montaña Picchu e invocó a los entes espirituales, con tanta fuerza que sus venas parecían reventar―. ¡Grandes espíritus de nuestros antepasados, denme el poder absoluto!
Kallpa se elevó y empezó a girar con tanta fuerza que todo lo existente en Ñawpaq giró a su voluntad. La bola de fuego no pudo llegar a tocar el suelo porque enseguida cambió de rumbo por la intervención del enorme tornado que Kallpa había creado. El apuruna expulsó la bola de fuego hasta el deshabitado continente Iska, en donde lo dejó caer. Entonces, una gran explosión se escuchó en el universo entero, las ondas expansivas destruyeron todo lo viviente en varios kilómetros del planeta. Fue así como en este día, desapareció Iska del planeta Paccha.
―¡Ríndanse runas! ―gritó Ahanash―, porque la siguiente bola de fuego caerá directamente sobre ustedes.
Kallpa montó un qalaywa volador y se dirigió hasta Ahanash lleno de ira y le dijo:
―¡Maldito Ahanash! Antes de morir acabaré contigo.
Janaxpacha transformada en una enorme bestia escaló peñasco por peñasco la montaña
Picchu y en cuanto pudo se lanzó hacia el qalaywa de Kallpa, transformándose en el aire, antes de caer sobre el animal, en su estado de runa.
Fue en este momento que un velo tóxico, producto del choque con la bola de fuego, se sintió en todos los rincones de Paccha, los awqas y runas más débiles comenzaron a morir envenenados. El cielo se oscureció tanto que ningún apuruna podía ver lo que sucedía con Kallpa y su esposa.
Aprovechando el acontecimiento, un awqa introdujo su espada en el cuerpo del apuruna de Kinsa, debilitando la fuerza de los apurunas. Ningún apuruna podía creer que uno de ellos había muerto por una espada de los awqas dada a traición, por la espalda. Los apurunas de Tawa y de Iska fueron rodeados y enfrentados por los awqas guerreros más resistentes, pero lograron derrotarlos utilizando sus habilidades con la espada sin necesidad de usar sus poderes. Kallpa desde lo alto con su mente dividida en dos, como tan solo los apurunas lograban hacerlo, trataba de entrar en telepatía con Kaipacha para aumentar sus poderes, pero en medio de la penumbra, Kaipacha había desaparecido.
―¡Gran maestro, ayúdame! ―le pedía Kallpa―. ¿Por qué no logro sentirte? Es como si hubieses bloqueado tu mente. Kaipacha, ¿dónde estás?
Fueron largos minutos en que Kallpa y Janaxpacha lucharon con Ahanash cubiertos de una nube que empañaba la visión desde la tierra. En eso, el poder de Ahanash abrió un gigantesco hoyo negro en el cielo que absorbía a todo ser viviente hacia sus profundidades
desconocidas. Fue entonces, cuando apareció Kaipacha, quien conjuntamente con los apurunas de Tawa e Iska invocaron a los entes espirituales y elevaron una luz salvadora que cubrió el enorme hoyo del mal. Lamentablemente, Kallpa se prendió en llamas por una bola de fuego lanzada por Ahanash y Janaxpacha cayó convertida en una bestia, totalmente extenuada y a punto de parir a la nueva salvadora de Paccha. El hoyo negro del cielo se cerró y los apurunas corrieron al encuentro de Janaxpacha.
Kaipacha se acercó hasta el cuerpo yacido del apuruna de Kinsa, colocó sus manos en su
corazón y le dijo:
―Ve con bien mi buen amigo. Ahora serás un ente espiritual que nos ayudará a cumplir con nuestra misión.
Ante la mirada de Kaipacha, el cuerpo y el espíritu del apuruna de Kinsa se convirtieron en una hermosa luz azul que viajó por los aires perdiéndose en el firmamento. Machu que lo había observado le increpó:
―¿Dónde estuviste, Kaipacha, cuándo más te necesitaban?
Kaipacha lo miró sorprendido pero prefirió guardar silencio.
Ahanash estremeció Paccha con su voz amenazadora:
―¡Ríndanse runas! Tengo muchas más bolas de fuego para estrellarlos sobre su amado planeta.
Ahanash había destruido y dejado en ruinas a muchos planetas. La locura de sus ataques siempre había sido sin ningún tipo de compasión. Si lo quería podría destruir a Paccha y eso Kaipacha lo sabía.
Los apurunas regresaron a dar una esperanza de amor en medio de tanta destrucción:
―Ha nacido la hija de Kallpa y Janaxpacha ―dijo el apuruna de Iska.
Kaipacha pensando en lo mejor para su planeta respondió a Ahanash ante el asombro de los runas:
―Yo Kaipacha, primer ministro de Paccha, dejo en tus manos nuestro destino.
Machu indignado le increpó:
―¡Kaipacha, eres un maldito traidor!
―No Machu, esta guerra continuará, ―les dijo Kaipacha―, la victoria de los runas llegará con un poder más grande que el de nosotros. ¡Las profecías lo dicen: llegarán los salvadores, de poderes ilimitados, a rescatar a Paccha de los escombros!
Y desde ese instante, los runas quedaron a merced de Ahanash. Los apurunas fueron tomados prisioneros y convertidos en zombis. Kaipacha logró escapar y hacerse pasar por un runa común, para no quedar hechizado por la magia negra del demonio. Sin embargo, Janaxpacha llevaba casi un año sin ver a Kaipacha, que lo habían trasladado a un campo de trabajo lejano al suyo, hasta que una noche, se encontraba dormida al costado de su pequeña y al sentir una presencia enemiga, abrió repentinamente sus ojos y vio una sombra sobre su hija intentando asfixiarla, inmediatamente, la runasalqa se transformó en fiera y saltó sobre la sombra, pero ésta le lanzó una energía negra y la estrelló contra la pared de la colmena. Entonces, Kuya dio muestra de su gran poder, cuando su cuerpo se iluminó desde su lecho con una radiante luz rosa, que expulsó a la sombra fuera de la colmena. Cuando Janaxpacha salió tras ella, había desaparecido, pero en su lugar se encontró con Kaipacha. Emocionados por el reencuentro se abrazaron y la madre fiera sintió, que ahora todo mejorarìa con la presencia del sabio.
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