lunes, 30 de enero de 2012

El demonio de las dos caras

Por Amador Caballero

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                                                    Capítulo II: La primera salvadora
                
 El Sol salió por primera vez, después de mucho tiempo, en el planeta Paccha. Los runas estaban felices al sentir el calor, desde la llegada de Ahanash, no habían vuelto a sonreír. Kaipacha, el mayor y más sabio de todos los runas, contaba a los pequeños las peripecias pasadas, después que Ahanash provocara el choque de una bola de fuego sobre el continente de Iska. Desde entonces, el Sol fue cubierto por un velo tóxico producto de dicho evento y, Paccha se quedó en la oscuridad. La pequeña Kuya nació cuando todo empezó. Ella no lo sabía pero su nacimiento tenía una gran importancia para Kaipacha y la comunidad de los runas. ¡Kuya, por fin podía ver el Sol de los cuentos de Kaipacha! ¡La pequeña quedó maravillada por su hermosa luz!
El anciano Kaipacha, previniendo la presencia enemiga, aspiró el aire profundamente y cerrando los ojos analizó el entornó cubierto de árboles gigantes, pudo percibir a Janaxpacha, la madre de Kuya, prendida de una rama gruesa y transformada en una bestia de estética apariencia, de impresionante gran tamaño y persuasivos colmillos. Forma que
tomaba para defender a su hija de los peligros de Ahanash. Janaxpacha sabía que Kaipacha no representaba riesgo para su hija, ambos la amaban y la defenderían hasta con la vida, pero había un destino que Kuya enfrentaría y Janaxpacha no se resignaba a aceptar. La runasalqa hubiese deseado que su hija no fuese parte de una profecía para salvar a los runas de las fuerzas demoníacas de Ahanash y de su funesta creación.
Los runas consideraban a Ahanash, como el espíritu del mal, que dominó a su comunidad convirtiéndolos en sus esclavos, dominando también con su poder extraído del lado oscuro, a los awqas, seres malvados y guardianes de la seguridad de su amo Ahanash, capaces de impartir crueles castigos a los runas si no los obedecían en realizar diversos trabajos forzados.
Kuya, estaba creciendo y hacía cada vez más preguntas. Kaipacha trataba de responderle pero había cosas que ella aún no debería saber. Además, estaban los awqas, siempre detrás de los runas, no les permitían hablar más de lo debido, porque enseguida los apresaban y torturaban o simplemente los mataban. Janaxpacha, observaba todo desde lo alto, tanto a Kaipacha para evitar alguna revelación inapropiada, como a los awqas, para alertar por si osaran acercarse más de la cuenta a las colmenas de los runas.
La educación de los más pequeños siempre fue primordial en la comunidad de los runas. Aprovechaban el mediodía para impartir las lecciones, en donde los awqas se ponían más hambrientos y se abalanzaban sobre sus alimentos, extraídos de las profundidades de la tierra. Pocas veces, los runas estaban vigilados a esa hora, los awqas sentían el resonar de sus tripas, si las tuviesen, todos al mismo instante. Los runas se metían a sus colmenas y aprovechaban para alimentarse, pero lo hacían rápido, para que los más pequeños reciban las clases de Kaipacha. Los pequeños se envolvían en enormes mantas y hacían creer que daban su siesta, cuando en realidad sus espíritus eran transportados a través del aire, por el poder mental de Kaipacha, hasta un refugio en medio de los bosques. Los adultos runas se quedaban vigilando en las puertas de las colmenas, por si algún awqa se acercara e interrumpiese la magia de Kaipacha, lo cual sería fatal, los espíritus de los pequeños runas se atemorizarían y se negarían a regresar si son despertados violentamente, hasta podrían morir, ya que sus espíritus no llegarían a conectarse nuevamente con sus cuerpos y quedarían vagando eternamente, en una dimensión desconocida para los runas, sumidos en un gran sufrimiento por estar lejos de sus cuerpos.
―Maestro, Kaipacha, cuéntenos la historia de los runas ―le pidió Kuya, a pesar de haber escuchado sobre sus orígenes muchas veces. El anciano, también se lo había narrado otras tanto, pero no se cansaría de hacerlo nunca. Sentía que era parte de su misión, transmitir el apogeo de los runas de generación en generación, con la esperanza de tener la vida suficiente, para ver la liberación de los runas de las fuerzas de Ahanash.
Kaipacha creyó no tener el tiempo necesario para satisfacer a Kuya, el medio día estaba
terminando, con el regreso del astro caliente las horas se podían definir más rápidamente. En cualquier momento, los awqas irían a las colmenas y sacarían a los runas pequeños y adultos, para continuar con el trabajo diario. Kaipacha era un apuruna extremadamente responsable y sabía que la seguridad de los pequeños runas dependía de él. Así que sin mediar comentario, miró a los ojos a Kuya como solicitando su permiso para regresar y sintió que su poder estaba creciendo. Con sólo sentir su mirada, el gran Kaipacha quedó a merced de la mente de Kuya y fue obligado a entrar en un canal de recuerdos, donde los miles de pasajes de su vida aparecían sin cesar uno tras otro. Sin salir palabra alguna de la boca de la pequeña runa, logró comunicarle a Kaipacha todo lo que deseaba saber, en su mente inocente solamente preguntaba: “¿Qué más maestro? ¿Cuéntemelo todo? ¿Qué más sucedió?”. Kaipacha tenía la mente cansada, pero Kuya llegó hasta aquello que el maestro tanto deseaba ocultar. Vio a Kaipacha leyendo el gran libro de las revelaciones de Quispichix, en donde se condensaba la existencia de los runas: “El mal cubrirá a Paccha, pero la sabiduría, el espíritu y la naturaleza, representados en tres pequeños runas, se unirán y combatirán el mal hasta desterrarlo…”. Kuya había tomado los recuerdos de Kaipacha. La pequeña tenía un poder difícil de contener por el sabio anciano. “¡Oh, poderosa apuruna! Libérame de tu fuerza”, le suplicó el maestro. “Los awqas podrían descubrirnos y es preciso regresar.”
Ciertamente, Janaxpacha pudo observar a un grupo de awqas guerreros acercándose a las colmenas, rápidamente fue transformando su forma de bestia a la de runa, cambiando su gigantesca figura por la generalmente menuda de su especie y cubriendo su piel con gran cantidad de vellos. Así, se acercó hasta los pequeños, que se encontraban confundidos porque el gran Kaipacha y Kuya parecían no atender a nadie, sólo concentrados en sus pensamientos. “Uy, Ahanash lo ha poseído”, dijo muy sorprendido Wintata, un pequeño runa guerrero. Siempre dispuesto a demostrar su valentía, tomó su espada que celosamente escondía de los awqas, para enfrentarse a Ahanash, “sal del cuerpo de mi maestro, ser repugnante, que mi espada destruirá tu poder maligno”. Janaxpacha lo hizo callar, se acercó con cuidado a Kuya y brindándole caricias le dijo:
―¡Vuelve hija mía! ¡Permite que el gran Kaipacha descanse!
Entonces, Kuya volvió confundida por lo que había logrado sin proponérselo, tan sólo con desearlo y,  el exhausto anciano, apenas si tuvo tiempo para utilizar sus pocas energías conservadas, hizo que todos se sentaran cruzando sus piernas y se tomaran de las manos y, evocando las fuerzas de los entes espirituales, viajaron nuevamente a través del viento hasta el encuentro con sus cuerpos. Justamente cuando un awqa guerrero, pedía rugiendo ferozmente que despertaran a los pequeños runas. El malvado había notado la ausencia de Kuya, que a pesar de ya haberse conectado con su cuerpo, deseaba seguir hurgando en las imágenes que su maestro le había transmitido: Esta vez el terror se ceñía sobre Paccha, los runas muertos estaban regados por los suelos, las hermosas casas de sus antepasados se vinieron abajo y, aquellos enormes animales llamados qalaywas, parecían desaparecer de la faz del planeta. De pronto, la imagen de un demonio que nunca había visto y hubiese preferido no verlo jamás, era Ahanash, al menos eso creía Kuya, hasta ahora no conocía su imagen, pero se lo había imaginado de mil formas cada vez que Kaipacha hablaba sobre él, pero nunca lo dibujó en su mente de una forma tan espantosa como lo veía en los recuerdos del sabio Kaipacha. El monstruo Ahanash volaba por los aires destruyendo todo a su paso y sembrando la oscuridad, mientras muchos de sus seres queridos caían sin vida sobre la tierra, cada vez más seca. En eso, vio a un apuruna esbelto y fuerte, huyendo con Janaxpacha embarazada, montados sobre un espectacular qalaywa volador. Ahanash los perseguía lanzando bolas de fuego de su cuerpo, un fuego que destruía todo con lo que chocaba. El qalaywa batía sus alas desesperadamente y con movimientos zigzagueantes lograba a duras penas evitar el ataque. Kuya vio a su madre extremadamente débil, casi cayéndose del animal sin poderse sostener por sí sola. El apuruna cogió unas cuerdas y amarró a Janaxpacha sobre el lomo del qalaywa y en un acto de valentía se paró, sacó su espada bendecida por los entes espirituales y se enfrentó a Ahanash, que cambió las bolas de fuego por rayos negros que se pegaban sobre la cola del qalaywa, carcomiéndola a gran velocidad. Rápidamente, el apuruna cortó la cola antes de que el ácido llegue al cuerpo, pero lamentablemente el qalaywa perdió el sentido de su dirección y comenzó a caer, hasta que le creció, al poco instante una nueva cola y fue entonces que recuperó su vuelo. La poderosa espada logró contrarrestar algunos chorros de ácido que eran lanzados, por las fuerzas del apuruna, de regreso a su funesto creador. Al ver que su magia negra, no daba un pronto resultado, Ahanash invocó a Lanlaku, su fuente de poder, para abrir un hoyo negro en el cielo, con forma de una gigantesca boca que absorbía los objetos para tragárselos sin posibilidad de regresar. El qalaywa no podía volar en contra de la absorción de esa tenebrosa boca, sus fuerzas se debilitaban y lentamente eran atraídos hacia su profundidad. Kuya sintió la desesperación de su madre y del valeroso apuruna por intentar salvarla, pero el fin parecía inevitable, ellos morirían sumergidos en la profundidad de aquel hoyo negro. Sin embargo, una luz blanca iluminó el cielo, una luz de esperanza y vida viniendo desde la tierra, naciendo desde el cuerpo de tres apurunas, Kuya reconoció a uno de ellos, era Kaipacha cuyo cuerpo todavía no se cubría enteramente de vellos blancos como ahora. Esa luz que emanaba del poder de la magia blanca cubrió totalmente la boca del cielo, evitándose que sean tragados por ella. Fue cuando vino lo más lamentable, Ahanash lanzó una bola de fuego sobre el qalaywa, prendiéndose en llamas conjuntamente con el apuruna, que en un último esfuerzo cortó las sogas con la espada y lanzó a Janaxpacha al vacío, con el anhelo de su salvación. Janaxpacha se dejó caer por los aires y cruzó por última vez su mirada con la del apuruna, viendo como el qalaywa y él, se fundían en una sola llama que se fueron perdiendo en la inmensidad de Paccha. Kuya, vio por primera vez a su madre convertirse en fiera mientras caía sin control girando y llorando por la muerte del apuruna que amaba. Fue entonces, que Kuya se movió en su vientre y Janaxpacha recuperó su deseo de vivir, se volteó frente a la tierra, colocando sus patas de forma segura para caer parada. La runasalqa cayó a salvo pero el dolor en el vientre era inmenso, se recostó retorciéndose y tomando su forma de runa gritó para que la escuche el universo entero:
―¡Nacerá de mi vientre la salvadora! ¡Mi pequeña enfrentará a los demonios con su poder y nos liberará de la oscuridad!
Kuya tuvo miedo de lo que estaba viendo y despertó, no quería saber más, sentía que aquel apuruna había sido su padre, entristeciéndose por no tenerlo a su lado y también, pensó que era excesivamente pequeña para tener la responsabilidad de salvar a Paccha de las fuerzas de Ahanash. Sabía de la profecía de los tres apurunas salvadores de Paccha, pero ella no sentía esa fuerza necesaria para ser considerada una apuruna. Sin embargo, tal vez tendría que conocer los límites de su poder, mucho más pronto.
Rumi, un awqa guerrero, entró violentamente a la colmena de Kuya, Kaipacha y Janaxpacha formaban en sus respectivas filas, pero siempre alertas para lanzarse sobre los monstruos, si atentaban en contra de la salvadora de los runas. Rumi lanzó un rugido estremecedor y amenazante, Janaxpacha temió lo peor y escapó de la fila enfrentándose al resto de los awqas guerreros, fue entonces que apareció la pequeña en los brazos de su atacante. Ante el asombro de todos, Kuya y Rumi jugaban y reían felices. El awqa Supay, de mayor jerarquía, que estaba de paso en Ñawpaq, se acercó agresivamente, pero Rumi lo detuvo: “nadie toque a esta runa”, dijo y los demás pensaron que se había vuelto loco de pronto. Se acercaron los cinco awqas encargados de trasladar las filas de los runas a los trabajos y lo amenazaron con sus armas, Kuya se deslizó del enorme cuerpo de su ahora amigo y miró tiernamente a sus agresores levantando sus pequeñas manos como queriendo tocarlos y causar el mismo efecto de amor que había causado en Rumi. Kaipacha se derribó sobre la tierra llamando la atención de Kuya y uniéndose a su mirada hizo que rompiera el efecto sobre Rumi, que al reaccionar empujó a Kuya y la llamó hechicera. Janaxpacha abrazó a su hija y suplicó perdón tendida en el suelo, doblegándose para salvar a su pequeña.
―Lamento que haya confundido la dulzura de mi hija con hechicería ―dijo bastante perturbada Janaxpacha.
―La llevaremos a Tawa con Ahanash ―exclamó Supay―. Ahí averiguaremos si es o no una bruja apuruna.
Janaxpacha miró aterrada a Kaipacha. Y queriendo confundir a los awqas dijo:
―Mi hija es extremadamente torpe, ¿cómo puedes confundirla con una apuruna?
―¡Cállate! ―refutó Supay―, si no es una hechicera te la devolveremos y sino verás su cabeza peluda colgada en tu colmena. Ya saben que está prohibida la existencia de los apurunas. ¡Llévensela a la jaula!
Janaxpacha sintió, en medio de la desesperación, el deseo de transformarse en su parte fiera y defender a su hija hasta con su propia piel, pero Kaipacha la abrazó y dándole resignación le dijo al oído, en voz muy baja:
― ¡Cálmate, Janaxpacha, no es este el momento para combatir! No permitiremos que nada malo le suceda a Kuya.
Los runas esperaban una señal de Kaipacha para enfrentarse a los awqas, sin embargo, el
anciano sabio presintió que deberían esperar. Acababan de descubrir los poderes de Kuya y no conocían sus limitaciones. Ella por sí sola no podía destruir a Ahanash, era solo una parte de un engranaje conformado por dos apurunas más, pero en cuál de los continentes en los que se dividía la gran Paccha estarían, si es que aún Ahanash no se había enterado de la profecía y no los había ubicado y destruido. Metieron a la jaula a Kuya y tres monstruos de carga jalaron el carruaje hasta un destino desconocido para la pequeña runa. Ella solamente lloraba al ver a su madre, a Kaipacha y a sus amigos perdiéndose en la lejanía. ¿Qué misterios encontraría en Tawa, la cuarta Paccha? ¿Conocería a Ahanash? Y en medio de su angustia hizo un llamado cerrando sus ojos rasgados y cubiertos de vellos canela:
― Mi querido Kaipacha, tengo miedo, guíame en este camino incierto.
Kaipacha que aún abrazaba a Janaxpacha sintió el llamado de su salvadora y con lágrimas en los ojos descubrió que estarían más unidos que antes, por el poder que les confería ser los apurunas escogidos por los entes espirituales, para salvar el mundo de los runas de las fuerzas de la oscuridad.

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