Capítulo III: El escape de los runas
Kaipacha tenía la mente dividida en dos: Acompañaba a Kuya durante su travesía hacia Tawa, la cuarta Paccha, dentro de un pestilente carruaje jalado por los kukus, monstruos corpulentos de gran velocidad, gruesas garras y ojos saltones que podían ver a través de las montañas, así también cumplía con su trabajo en los subterráneos para no llamar la sospecha de los awqas. El apuruna cubierto de vello blanco, bajaba con los otros runas hasta las profundidades de Paccha, para extraer el magma azul, importante lava del planeta causante de su característico color brillante, tanto como si fuese un oro azul, tan finamente apreciado por los comerciantes de otros planetas, ya que con él se producía una joya de gran valor llamado qori y por el cual ahora vivían en esclavitud, porque atrajo al ambicioso Ahanash para apoderarse del magma.
Janaxpacha tratando de saber sobre su hija se acercaba, cada cierto tiempo, con el pretexto
de ofrecer agua para menguar el insoportable calor de las profundidades, con la idea de conversar con Kaipacha.
―Toma, bebe un poco ―le dijo Janaxpacha disimulando―. ¿Cómo está?
―Ahora está descansando ―respondió el anciano algo fatigado―. Es muy valiente. ―Debimos evitar que se la lleven. Nos hemos preparado para defenderla. Acaso, ¿tuviste miedo?
Uno de los awqas al verlos, les grita: “Pónganse a trabajar”, Janaxpacha deja caer casualmente el recipiente, rompiéndose en mil pedazos, ambos los recogen y ven que en un desnivel del suelo se ha formado un pequeño pozo. Kaipacha hace aparecer sobre el agua, la imagen actual de Kuya sumida en un profundo sueño.
―¡Se le ve tan frágil! ―exclamó Janaxpacha llena de impotencia―. No puedo quedarme aquí sin hacer nada. ¡Iré a buscarla ahora mismo!
―¡Ten paciencia, Janaxpacha! ―trató de persuadirla Kaipacha―. No tomes decisiones apresuradas. Sé que eres muy poderosa, pero tú sola no podrás con todos ellos. Si descubren que eres una fiera, te matarán o te convertirán en zombi como lo hicieron con los runasalqas y los apurunas. Tú y yo logramos sobrevivir porque cambiamos nuestras apariencias y aparentamos ser runas comunes.
―No intentes detenerme Kaipacha ―dijo Janaxpacha con la voz contenida ―, mi deber es estar al lado de mi hija y defenderla.
El awqa se les acercó violentamente, pateó los restos del recipiente y los empujó. Janaxpacha dio un salto y logró golpear el centro de la frente del awqa derribándolo. Otro awqa colocado en un observatorio hace sonar un cacho de kuku en señal de alarma. Los guerreros awqas toman sus armas y empieza la cacería de Janaxpacha, el awqa, a cargo, advierte no usar las armas más potentes por temor a quedarse atrapados en el subsuelo por algún derrumbe. Janaxpacha es una combatiente hábil, esquiva las lanzas y las redes con destreza, pero la gran cantidad de enemigos hace que venza su resistencia y caiga atrapada dentro de una malla. Kaipacha aprovechando los gases que emanaban de las profundidades, utiliza sus artes de magia para manejarlos a su deseo, cubre con ellos a los awqas impidiéndoles ver y desde donde está conduce a Janaxpacha telepáticamente hasta una salida alterna que ningún awqa guerrero conocía, solamente los runas para usarla en casos de peligro como éste.
―Mi valerosa amiga, escúchame y ve con cuidado, sigue de frente, luego a la derecha, estarás entrando en una de las fosas que conducen al magma azul, casi a la mitad del camino hallarás una roca encajada en la pared, tienes que quitarla. Pronto, ya no aguanto el olor de los gases, me siento débil… Todos moriremos asfixiados aquí adentro…
―Está muy pesada, ―dijo Janaxpacha ―. ¡Tengo que transformarme!
―Convertida en fiera no entrarás, es muy angosto… ya no puedo más. ¡Qué la fuerza de los espíritus te acompañe, mi querida Janaxpacha…!
Kaipacha, otros runas y awqas cayeron rendidos por la toxicidad de los gases. Algunos awqas lograron mantenerse estables y siguieron el rastro de Janaxpacha olfateando sus huellas, mientras los gases se elevaban hacia el exterior.
Janaxpacha trataba de mover la roca aunque pensaba que no lo conseguiría. Cuando empezó a sentir el olor hediondo de los awqas estuvo a punto de darse por vencida, fue entonces que Kallpa, el apuruna dueño de su corazón, a pesar de haber muerto luchando para salvar la vida de su amada y la de su hija que aún no nacía, se apareció como una imagen reluciente. Por unos segundos sintieron que aquel hecho fatídico no había pasado para los amantes, Janaxpacha lo seguía amando. Kallpa tomó la roca y con un impulso súbito la extrajo y la lanzó sobre los awqas que lamentaron haberse aproximado.
―¡Mi amada Janaxpacha! ―dijo Kallpa con la voz perfumada de ternura―. Si yo pudiera acompañarte, mas no puedo visualizarme por mucho tiempo. ¡Ve, amada mía! Sigue el rastro de nuestra hija y no la dejes en manos del demonio. Mi alma y mi amor siempre te acompañarán.
Kallpa desapareció ante la mirada humedecida de Janaxpacha. Sin embargo, ella no podía detenerse, tenía que continuar su reto, el camino estaba emprendido y quedarse significaría su muerte. Cruzó el túnel detrás de la roca mientras el magma azul filtraba a través de las paredes y cubría sus vellos caoba hasta verse parecida a una masa azul sin forma, huyendo de su desgracia. Llegó hasta un hoyo en la pared, desde donde divisaba hacia abajo a una monumental fábrica, en donde el pequeño Wintata y los esclavos runas trabajaban para procesar el magma azul y convertirlo en el qori, la joya más hermosa y valiosa que se conozca en el universo entero.
―Tanto es su valor que muchos de mi especie han muerto por ella ―dijo llena de ira.
En aquel momento, sonó nuevamente el cacho de kuku, los awqas de la fábrica la vieron y se escuchó tras un rugido estruendoso de un awqa un grito de “atrápenla”. Enseguida lanzaron rayos de sus armas destruyendo el túnel, al instante que Janaxpacha se arrastraba para huir y, estando casi al final del túnel, el suelo se abrió y la runasalqa cayó deslizándose por la declive, haciendo presión con la fuerza de sus manos hasta que las yemas de sus dedos se atascaron y, así, a punto de caer y ser atrapada a muerte, lanzaron sobre ella sogas que la ataron por los pies y la jalaron sin temor a despedazarla.
―¡Madre Janaxpacha, madre de nuestra salvadora! ―susurró Wintata y con el coraje desbordando exclamó ―. ¡El momento madre fiera ha llegado!
Los runas desenterraron sus poderosas espadas de dos puntas, que mantenían escondidas y se enfrentaron a los awqas, mientras Wintata como un gran escalador, subió al encuentro de Janaxpacha para cortar las sogas.
―¡No dejaré que estos apestosos monstruos te lastimen! ―le dijo Wintata estando cerca.
Janaxpacha llegó hasta el final del túnel al lado de su pequeño héroe y se dejaron empañar por la luz del Sol.
―Esta es la luz de la libertad, pequeño Wintata ―dijo emocionada Janaxpacha―. Nunca la perderemos porque nos pertenece más que a nadie en el universo.
―Llévame contigo ―le pidió Wintata.
Desde que fueran invadidos, Janaxpacha había esperado el momento de tomar su espíritu de fiera para luchar con Ahanash. Wintata conocía de Janaxpacha pero nunca había visto a una
runasalqa en plena conversión, escuchó decir que todas las fieras habían sido cazadas y colgadas hasta secarse. ¿Cómo Janaxpacha había logrado salvarse? Si Ahanash se enteraba de sus poderes entonces Kuya estaba condenada a muerte porque existía la sospecha que podría heredar los genes de su madre, aún más, siendo su padre un apuruna y así ser una amenaza para la estabilidad del reino del mal. Janaxpacha renunció a su parte de fiera y vivió como runa, debería sobrevivir para proteger a Kuya. Siendo fiera sólo a escondidas y así no morir por reprimir una parte importante de su ser.
Wintata quedó impresionado al ver a Janaxpacha mutando a la enorme fiera amarilla de dos metros de cuerpo y dos metros de cola, con hermosas rosetas naranjas y grandes colmillos que emergían hacia el exterior buscando el cuello adverso para cercenarlo sin piedad.
―¡Grandiosa apuruna iré por ti! ―rugió Janaxpacha y se le escuchó más allá de lo conocido por Wintata, aún más allá de todo, sus rugidos llegaron a los oídos de la pequeña apuruna Kuya y así se enteró que no sería abandonada a su suerte.
Janaxpacha cogió con su hocico a Wintata y lo montó sobre su lomo. El pequeño no podía creerlo, ella no se atrevería a saltar de la montaña hacia el vacío.
―¡No, madre fiera, yo mejor bajo sólo! ―exclamó asustado, Wintata.
La formidable bestia se arrojó al vacío impulsada por su valentía que se contenía en su espíritu como una lava ardiendo, habilidosamente saltó de roca en roca y antes que los awqas pensaran dos veces en atraparla, ellos ya habían topado el suelo seguro. Agudizó sus sentidos y se orientó por el camino correcto, demostró ser uno de los seres más veloces sobre Paccha, corrió emanando chispas de sus patas. Wintata sólo atinó a apretarse fuertemente sobre el enorme cogote para no salir disparado como un proyectil sin rumbo, a pesar de su mirada clavada en el horizonte, nada pudo observar y es que a tanta velocidad nada se percibía en su forma real.
En otro lado del continente, ruinas de piedras cruzaban los caminos de Kuya, escombros que había visto desde siempre, salvo en las imágenes que Kaipacha le había transmitido de sus recuerdos, entonces Paccha había sido el planeta más evolucionado del universo. Los temores se apoderaron de su pequeño cuerpo, repetía el nombre de Kaipacha constantemente tratando de entrar en comunicación y así continuar enterándose de la misión, que debería cumplir como la apuruna de la profecía de Quispichix.
―¡Kaipacha, respóndeme! ―llamaba desesperada a su querido maestro―. ¡Siento que mi madre viene por mí! ¡No lo permitas, Kaipacha! ¡Detenla, por favor!
Kaipacha no respondía, desde que Kuya descubrió la telepatía con él, nunca la había dejado sola. En eso, las partículas de polvo retenidas en la jaula, se unieron y dibujaron la imagen del sabio Kaipacha, rodeado de runas y awqas enfrentándose entre sí. Kuya cogió desesperada los barrotes al mismo tiempo que un awqa golpeaba la jaula para amedrentarla…
Kaipacha había logrado salir de los subsuelos y conducía a los runas hacia un refugio oculto, en una zona aparentemente inaccesible para los awqas. Los runas habían luchado valerosamente y muchos se habían sacrificado muriendo en las minas, enfrentándose a los monstruos de Ahanash para conseguir que Kaipacha y los líderes de su comunidad escaparan. El sabio no podía dividir su mente, se sentía angustiado por abandonar a Kuya, debía concentrarse en recurrir a un recurso mágico para engañar a los awqas, el mimetismo. En medio del bosque levantó sus manos al cielo y evocando a los entes espirituales, cambiaba los colores de los runas a otros verdes, marrones y hasta multicolores dependiendo del ambiente que recorrían. Ahora los runas eran cada vez menos, sería descabellado pensar que podrían salir victoriosos en una afrenta con los awqas, sobre todo en sus estados desnutridos y endebles.
El cielo de dos lunas de Paccha se cubrió de los malvados awqas, quienes buscaban a los runas montados en los kukus, que ahora también volaban gracias a la magia del demonio, que a pesar de observar a un minúsculo insecto reptando entre las hojas, no lograban distinguirlos.
―¡Descansemos! ―sugirió Kaipacha, pensando que tal vez así, renovarían sus fuerzas―. Pronto los awqas se cansarán de buscar aquí y se irán, entonces continuaremos nuestro viaje.
―¿A dónde iremos? ―preguntó Huayra.
―Hemos demorado muchos años en reaccionar, ―continuó Machu―, debimos luchar antes, cuando éramos más numerosos y no ahora que daríamos risa hasta al más estúpido de los awqas.
―Ya hemos hablado de eso muchas veces, Machu ―respondió Killa, hermana de Machu, que aseguraban haber conquistado al awqa Rumi por su singular belleza, por ello era vista con desconfianza―. Era necesario esperar a nuestros salvadores, no estábamos seguros si Kuya sería una de ellos. Ahora ella ha descubierto sus poderes. Nuestra misión es velar por la seguridad de Kuya hasta que los tres salvadores estén unidos y puedan conseguir la libertad de Paccha.
―Estaremos en el refugio hasta recomponernos, ―dijo Kaipacha―, ahí hay suficiente comida, armaremos una estrategia de ataque que incluya a los runas sobrevivientes de los otros continentes de Paccha. Las cosas salieron diferente a como lo habíamos pensado, la huida de Janaxpacha ha acelerado el proceso abruptamente.
―Descanse, Kaipacha ―dijo Killa al observar el semblante lánguido del maestro―. Ya los awqas se han marchado, guarde su magia para lo peor… Ellos no saben trabajar el magma azul, nos necesitan aún.
El aire se tornó denso de pronto y una luz iluminó los cuerpos heridos y hambrientos de venganza de los runas, el olor a humo emanando del bosque comenzaba a cubrirlos, los awqas los habían rodeado con fuego.
―Y ahora Kaipacha, ―gritó Machu―. ¿Qué truco harás para salvarnos? Mira Killa, cuánto nos necesitan. Acabarán con nosotros con Kuya o sin ella.
El pánico se apoderó de los runas, se abalanzaron encima de Kaipacha buscando ser salvados:
―¡Basta! ―intervino Killa rodeando a Kaipacha, conjuntamente con Allín y Huayra― ¡Atrás! ¡No perdamos la calma! ¿No entienden que buscan desesperarnos? Quieren nuestra rendición pero no lo lograrán.
―Habla Kaipacha ―exclamó Machu expulsando su rabia por cada milímetro de pelo―. Tú serás el único en salvarte, no permitirás que el fuego te achicharre ¿verdad?
Killa levantó su mano y tomó el cuello de Machu, sin embargo él continuó con su agravio a Kaipacha:
―¿Quién sabe si no tienes algo que ver con esto?
Allín y Huayra retiraron a Killa mientras Machu tomó su espada y la blandió por unos segundos encima del cuerpo del sabio, enseguida volteó hacia los runas y gritó:
―¡Kaipacha no tiene poderes para sacarnos de acá! Debemos enfrentar el fuego, ¡crucémoslo! Demostremos a esos monstruos que no les tememos. ¿Qué esperan runas?¿Prefieren morir como unos cobardes o luchando en contra de Ahanash?
Los runas empuñaron sus espadas de dos puntas y las levantaron al cielo, confiando en que su resplandor llegaría hasta los entes espirituales. Allín sintió a Kaipacha perdido en algún lugar de sus pensamientos y le dijo:
―¿Qué dice, maestro? Esperamos su decisión.
Kaipacha había expresado serenidad hasta en los momentos más difíciles, esta vez su rostro se endureció, sus ojos reflejaron el rojo de la ira, giró el cuerpo tratando de encontrar algo que había percibido en el aire y no era el humo, era un olor a un más peligroso, el olor del terror, el olor del mal:
―¡Está aquí! ―advirtió, Kaipacha―. Aparece. Sé que me estás buscando servidor de la oscuridad.
Las lunas dejaron de brillar y en el cielo se abrió un enorme hoyo negro. Kaipacha caminó hacia él y continuó:
―¡Si hemos de morir será enfrentándote, Ahanash!
Muchas noches y días de represión pasaron los runas y fueron arrullados tantas veces por la muerte, sin embargo nunca estuvieron más resueltos a morir que ahora. Emprendieron su marcha al unísono con su maestro, con sus pequeños cuerpos erguidos por el impulso que sólo tienen los valientes. El poder de Kaipacha atraía los vientos de los cuatro continentes para así apagar el incendio, al paso de los runas el fuego se iba abriendo a modo de un capullo de terror, ni la risa estrepitosa que emanaba del enorme hoyo negro los abatía.
―¡Pobre insignificante apuruna! ―salió la voz de Ahanash desde el hoyo negro―. ¿Es todo lo que sabes hacer? ―el hoyo negro aspiró y el fuego se retrajo hacia su profundidad y nuevamente lo expulsó hacia los runas, Kaipacha temía desvanecerse y ser abandonado por los vientos―. ¿Ves, Kaipacha? Jamás podrás conmigo. Me engañaste una vez haciéndote pasar por un runa común pero ahora te destruiré para siempre.
El hoyo negro se abrió inmensamente y continuó aspirando el fuego, hasta convertir parte del firmamento en una brasa candente, luego lo lanzó con tanta fuerza que a penas los vientos lo retenían antes de tocar a cualquier runa.
Kaipacha cayó de rodillas con el cuerpo humedecido por el sudor, escuchó a algunos runas quemándose, el dolor emanaba de sus ojos convertidos en lágrimas de sangre, el fuego calcinaría a los runas y los desaparecería del primer continente de Paccha: Paccha Ñawpaq.
―¡Espíritus de Paccha, si nuestra misión terminó entonces no nos hagan sufrir más…! ―exclamó, Kaipacha sumergido en la impotencia por no salvar a su comunidad.
―¿Maestro qué podemos hacer para ayudarte?―preguntó Allín.
Kaipacha no le pudo responder, el peso del fuego enviado desde el hoyo negro caía sobre sus hombros, la extinción de los runas parecía inevitable. Kaipacha lloraba de dolor, el fuego giraba incandescente sobre sus brazos, tanto que una pierna se le hundió en el subsuelo.
―¡Hay subterráneos! ―gritó Machu―. ¡Busquen una entrada! ¡Rápido! Seguramente ha sido una antigua mina de magma azul. ¡Vamos excaven! ¡Excaven!
Los runas buscaban desesperados una esperanza de salvación, en eso un estruendo ensordecedor se expandió en Ñawpaq, el suelo se abrió completamente y los runas cayeron a miles de metros bajo tierra.
En los subsuelos se escondía una impresionante ciudadela, construida hace muchos años por los runas con la finalidad de extraer el magma, habiendo sido olvidada con el tiempo. En medio del caos, aparecieron una serie de monstruos de barro comandados por una apuruna de largos cabellos. Removieron los escombros ayudando a los runas, que por un hechizo creado por la apuruna no notaban su presencia. Una vez que los liberó, la apuruna ordenó a sus monstruos:
―Es hora de irnos, cojan el cuerpo de mi hermano Kaipacha y despójenlo de sus prendas. Lo llevaremos al lado oscuro.