lunes, 20 de febrero de 2012

El demonio de las dos caras

                                    
Por Amador Caballero

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                                             Capítulo IV: El libro de las revelaciones
                                         
Temblaron las puertas del palacio de Ñawpaq cuando se abrieron para Ahanash. Supay lo recibió con desconfianza, le extrañaba que ocultara su rostro de gusano blanco tras una nueva armadura hecha de colores del arco iris. Quiso preguntar por su nueva imagen a penas cruzaron las miradas, hasta dudó que fuese el mismo demonio que años anteriores rescató a los awqas de la destrucción, al desaparecer su planeta del universo, cuando chocó con un asteroide casi tan grande como el planeta mismo y, desde entonces le juraron servirlo eternamente, mas no estaban para esa clase de preguntas.
Ñawpaq es el continente con menor cantidad de runas ―le dijo Ahanash―, sin embargo te ha sido difícil controlarlos. Debí dejarte en tu planeta convertido en nada. ¡Eres un inútil! ¿Cómo no reconociste al viejo Kaipacha?
―Pensé que había muerto ―respondió Supay, disimulando su odio― o que lo habías dejado sin voluntad, como lo hiciste con los apurunas de Iska y Tawa que andan como zombis en la montaña Picchu.
―¡Cállate! No repitas eso ―continuó Ahanash―, nadie debe enterarse en dónde están los apurunas y que sirven a mis planes de apoderarme del qori.
―En todo caso, Kaipacha no era tan poderoso, debe estar muerto y enterrado bajo tierra junto con los demás rebeldes. Ya no tenemos obstáculos.
Un sirviente se acerca y habla al oído a Supay, éste hace un ademán mientras su cola se enrosca.
―Ustedes los awqas son tan predecibles ―dijo Ahanash riendo inextinguiblemente―. Qué nueva estupidez ha hecho un ovillo de tu cola.
De pronto, entra un consejero esbozando una sonrisita irritante, portando un objeto cubierto con un manto negro y, dice:
―Mi señor Ahanash, me emociona tenerlo en Ñawpaq, si me lo permiten hay algo importante que deben ver.
Descubre el manto y aparece un libro cubierto con relucientes qoris.
―¡Esto es una maravilla!―dijo Ahanash con la mirada brillando de codicia―. ¿Quién ha podido crear unas joyas tan preciosas? ¿Cómo lo has conseguido?
―Lo hallaron los guerreros dentro de una de las comarcas, la de Kaipacha para ser exacto, antes de incendiarla ―respondió Supay.
―Usted discúlpeme, mi señor ―expresó el consejero en un tonito irónicamente servicial― las joyas del libro no merecen su atención sino lo que dicen sus páginas.
Ahanash examinó el libro y exclamó al consejero:
―¡No me tomes por estúpido! Está escrito en rimay, el idioma antiguo de los runas. ¿Qué debo saber? Dímelo de una vez o te colgaré de tu insoportable lengua.
―¡Calma, mi señor! ―continuó el consejero―. Guarde su ira para lo que voy a decirle…
Ahanash lo elevó sin tocarlo a varios metros del suelo y le ordenó:
―¡Habla de una vez!
―El libro contiene una serie de revelaciones de Quispichix, el sabio más importante de los runas ―dijo el consejero sin perder la calma ni su sonrisita de nerviosismo, en tanto era balanceado en el aire―, las cuales refieren que el reinado del mal en Paccha es finito, todo culminará con la llegada de tres pequeños apurunas que al unir sus poderes acabarán con el señor de la oscuridad, es decir con mi señor Ahanash.
Ahanash se movió violentamente de un lugar a otro, se irritó al ver que el consejero no paraba de sonreír, entonces le lanzó un mueble, que esquivó habilidosamente con un movimiento de cintura, luego preguntó:
―Dime consejero, ¿cómo puedo saber que eso es verdad? Tal vez están buscando confundirme.
―El libro es muy antiguo, mi señor. Cada detalle de su hechura lo hacen único. Todo parece indicar que está creado por una fuerza superior.
―¿Una fuerza superior? Tengo dominados a los apurunas y ese Quispichix nunca me ha dado muestras de su poder.
―No tome a mal mis sugerencias, ―dijo el consejero ―, no debería preocuparse en saber si son verdaderas o falsas las revelaciones, lo importante es adelantarnos a los hechos para que no se hagan realidad.
Ahanash cambió repentinamente de carácter, calmadamente se sentó en la silla tallada en roca con aplicaciones en qori fabricada especialmente para Supay, hizo un movimiento con los dedos y dejo caer al consejero mientras sus empleados lo recibieron amortiguando su impacto y, agregó:
―A ver insecto, ¿qué debo hacer según tú? Eliminar a todos los runas para que los awqas
se pongan a hacer joyas preciosas moldeando el magma azul, sería como darle a los rústicos kukus la labor de creadores.
―Tal vez no sería necesario tan imprudente hazaña ―respondió el consejero, crispando a Ahanash, que nuevamente lo elevó a una altura mayor a la que se encontraba.
―Dispensa su atrevimiento, ―lo defendió Supay―. ¡Termina de decir tu idea, consejero!
―El libro contiene una serie de revelaciones más, que aún no logramos descifrar. A pesar que el rimay es un idioma muy complicado, hemos podido traducir algunos fragmentos. Acá dice: “Cuando Paccha sea nuevamente iluminado, los tres pequeños salvadores habrán reconocido sus poderes y al encontrarse y ser sólo uno su poder será ilimitado…” Concuerda con la llegada del Sol, los pequeños apurunas están entre nosotros y como es difícil ubicarlos pues habremos de matar a todos los runas más jóvenes de las cuatro Pacchas, antes que ellos se encuentren y su poder sea invencible hasta para mi propio señor Ahanash.
―¿Matarlos? ―cuestionó Ahanash―. ¿Se imaginan lo que haría con un poder tan grande?
Mientras Supay y el consejero se miraban sorprendidos, Ahanash caminaba ansioso de un lado a otro. Y continuó:
―Mi sueño de hacerme dueño del qori se cumpliría. Todos los habitantes de los diferentes mundos harían lo que yo quisiera. ¡Se imaginan, ineptos? Ahanash y los awqas se adueñarían del mundo.
―Pero, mi señor ―le alertó el consejero― el poder de los pequeños apurunas que describen las profecías de Quispichix, es un poder superior al de los demás apurunas, tal vez no los podamos controlar a nuestro antojo y muy al contrario, podrían irse en contra de nosotros y destruirnos.
―Reconsidera las palabras del consejero ―continuó Supay―. Ya hemos dominado a un gran porcentaje de lo que se conoce como vida en el universo. Ese Quispichix debe ser un ser superior, ya que en ningún planeta hemos encontrado una magia tan poderosa como la de los apurunas. ¿Y si es cierto que esos pequeños, qué se describen en las profecías, son capaces de acabar con nosotros?
―¿Qué pasa Supay? ―agregó Ahanash con ironía―. ¿Tienes miedo?
―Sólo trato de prevenir que nuestro esfuerzo se venga abajo por la ambición de querer cada vez más.
―Estamos en esto desde el principio. No te acobardes ahora, Supay. Recuerda que no me gusta la gente blanda. No me haría sentir bien el tener que prescindir de ti. Recuerda que los awqas me deben el seguir existiendo. Continuarán haciendo lo que les pida, ¿verdad?
―Haremos los que nos pidas, Ahanash, porque tenemos los mismos intereses y no porque te debamos algo. Ya que fuiste tú quien destruyó nuestro planeta, gracias al poder de los apurunas, a quienes robaste su voluntad para lograr vencernos.
―No te me enfrentes, Supay. Sabes bien de lo que soy capaz.
―¿Quién más te apoya, Ahanash? ¿De dónde proviene tu magia? ¿Cómo conseguiste obtener el poder de los apurunas? Sin ellos no eres nada.
―Mientras pueda controlar ese poder, todos seremos beneficiados. Así que decide del lado de quién estás…
Ahanash y Supay se quedaron mirándose frente a frente en forma desafiante. De pronto, Supay esbozó una sonrisa fingida y agregó:
―Está bien, Ahanash, seguiremos haciendo lo que nos pidas… Nos enfrentaremos a los salvadores y obtendremos el poder máximo para conquistar al universo entero.
Ahanash rió desmesuradamente y se puso a danzar descontroladamente de felicidad. Luego dijo:
―Que busquen en toda Paccha a todo runa pequeño y me los traigan.
―Tal vez ya nos hayamos adelantado a los hechos ―continuó Supay.
―¿Qué quieres decir?
―La rebelión reciente de los runas fue porque se apresó a una pequeña runa. Ella se retrazó para ir a los trabajos y cuando un awqa la buscó la trajo meciéndola con ternura, parecía que lo había hechizado. El awqa la trataba como si fuese su hija. Luego, en las minas, su madre que resultó ser una runasalqa llamada Janaxpacha, se escapó y ahora no sabemos dónde está. Y como también es hija del apuruna Kallpa, sería bastante lógico que haya heredado los genes de sus padres y sea la apuruna de las profecías de Quispichix.
―¿Y dónde está esa pequeña runa?
―Fue enviada a Tawa para que sea entrevistada por usted.
―Entonces regresaré a Tawa para conocer a la pequeña bruja, pero antes iré a visitar a los
apurunas sin voluntades en la cueva de la montaña Picchu. 

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